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El millonario que vendió su patria

El millonario que vendió su patria

Ricardo Salinas Pliego sabe que su tiempo se agota. Su fortuna, construida sobre el endeudamiento de los más pobres, sobre la explotación de concesiones públicas y sobre la impunidad, se tambalea frente a un gobierno que ya no le permite más abusos. Su apuesta desesperada por convertirse en el gran líder de la derecha mexicana no es otra cosa que su instinto de supervivencia.

Su problema es evidente, en México, la derecha no tiene pueblo. Los proyectos que defienden el poder absoluto del capital y la eliminación del Estado no encienden pasiones fuera de algunos podridos círculos empresariales . La “batalla cultural” de la que habla Salinas Pliego no es más que una pantalla para proteger sus intereses, una cruzada que busca hacer creer a los trabajadores que sus verdugos son en realidad sus salvadores.

Trump y Milei han vendido esa idea con éxito entre ciertos sectores que no lograron recuperarse del daño que la misma derecha (un poco menos radical) dejó en sus países, pero México es diferente. Aquí, el pueblo ya vivió el desastre del neoliberalismo y no está dispuesto a regresar. La gente recuerda los tiempos en los que Salinas Pliego y una clase empresarial corrupta mandaban sin restricciones, cuando los banqueros se enriquecían con el Fobaproa mientras el pueblo pagaba sus rescates, cuando la prensa callaba ante el saqueo porque sus dueños eran parte del mismo festín, medios de comunicación de multimillonarios donde controlaban la narrativa.

Las élites nunca pierden, solo cambian de estrategia. Ricardo Salinas Pliego es la prueba viviente de que el capitalismo más voraz no tiene lealtades, solo intereses. Fue aliado de la Cuarta Transformación cuando le convenía, cuando aún veía en el obradorismo una esperanza para seguir engordando su fortuna sin pagar impuestos, sin rendir cuentas. Ahora, con el péndulo moviéndose hacia una derecha internacional que se esconde tras discursos de “libertad”, ha decidido apostar por los que garantizan que la avaricia siga siendo ley.

La historia es clara, un empresario que hizo fortuna en un país donde el Estado le permitió monopolios disfrazados de competencia, donde construyó un emporio mediático que durante años vendió espejismos de prosperidad mientras cobraba intereses usureros en Elektra a los más pobres. Ese mismo hombre hoy se erige como adalid de la “Libertad”, como si su palabra tuviera algún valor moral.

Salinas Pliego no está solo en su cruzada contra la 4T. Busca el apoyo de Donald Trump, Javier Milei y Nayib Bukele. No es coincidencia que su discurso radicalizado contra “los zurdos de mierda” y su intento por demonizar al obradorismo sean calcados de los manuales de la ultraderecha global. La estrategia es la misma: sembrar miedo, dividir a la sociedad, vender la idea de que la justicia social es comunismo y que la democracia solo sirve cuando favorece sus negocios.

Empresarios que ponen el dinero por encima de la patria y el futuro de su país, quienes cambian de bandera según sus intereses y buscan tierra fértil para la esclavitud y el abuso.

Desde hace décadas, el dinero de Salinas Pliego ha sido un arma política. Cuando le convino, financió campañas de la izquierda que hoy odia; cuando el gobierno le exigió pagar lo que debe, se convirtió en su enemigo. Ahora, con la bendición del trumpismo, se lanza de lleno a la guerra contra la transformación que ha dado a México independencia energética, justicia social y dignidad para el pueblo.

La cena que organizó para Trump y su grupo latinoamericano en Washington previo a su toma de protesta no fue un simple acto social. Fue la consolidación de una red de poder que busca frenar cualquier intento de avance popular. Fue la evidencia de que el dinero y el ego de un solo hombre valen más para él que el destino de su país.

Salinas Pliego no es el primer millonario que sueña con controlar el país desde las sombras, ni será el último en fracasar. Su ofensiva contra la 4T es solo un reflejo de la desesperación de un sector empresarial que se ha beneficiado por décadas de un modelo diseñado para ellos, no para el pueblo. Pero el México de hoy es otro: es un país que ha recuperado su soberanía energética, que ha puesto al pueblo en el centro de las decisiones y que no está dispuesto a ser gobernado por quienes siempre lo traicionaron.

La traición de Salinas Pliego es más profunda que su apoyo a Trump, Milei y Bukele. Su verdadera traición ha sido siempre contra México, contra su gente, contra el país que le permitió hacerse rico y que ahora quiere vender al mejor postor. Quiere desde su burbuja de privilegio en un yate en las Maldivas decidir el futuro político de la nación, como si el dinero le diera el derecho de dictar el rumbo de millones de personas que nunca han tenido sus privilegios.

Pero el pueblo ya despertó. La 4T ha sido una transformación irreversible. Los mismos que antes eran espectadores pasivos de la política hoy entienden que su voto, su participación y su voz son la mayor amenaza contra los oligarcas que sueñan con volver a controlar México.

Salinas Pliego puede seguir financiando campañas, comprando conciencias y organizando cenas con Trump y Milei. Puede seguir llamando “zurdos de mierda” a quienes defienden los derechos del pueblo y soñando con un México donde los empresarios corruptos vuelvan a decidirlo todo. Pero su error es creer que el dinero puede más que la dignidad.

México ya no es el país donde solo con dinero pueden imponer su voluntad, ya no existe el México donde se compraba la conciencia de los más pobres con billetes. La Cuarta Transformación le ha enseñado al pueblo que los verdaderos cambios no vienen de los multimillonarios que juegan a ser salvadores, sino de la gente que se organiza y lucha por sus derechos.

La historia ya lo ha condenado. En unos años, su nombre será recordado como el de otro oligarca que intentó frenar el avance del pueblo y fracasó. Porque la historia de México la escriben los que luchan, no los que especulan con el destino de una nación.

Los dados están echados. La Cuarta Transformación sigue avanzando y, con ella, el pueblo ha decidido que nunca más volverán a gobernar los mismos de siempre. ¡Ni un paso atrás!

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